Cuando el deseo caduca: imágenes virales, genios confundidos y el alma desplazada
¿Qué pasa con el deseo cuando todo se vuelve viral? Este ensayo explora la obsolescencia emocional en la era del scroll: deseos confundidos, símbolos descartables y el alma buscando sentido entre tendencias que duran cada vez menos.
ENSAYOS
Psic. Manuel Martínez
5/16/20253 min read


Vivimos en una era donde lo efímero ha conquistado el corazón de la cultura. Las tendencias digitales brotan como fuegos artificiales: deslumbran, arrancan una carcajada o un asombro fugaz, y se disuelven en el aire antes de que podamos nombrarlas con claridad. Apenas hace unas semanas, miles de usuarios inundaban las redes con retratos generados al estilo Studio Ghibli, los ya famosos Dinoficios (dinosaurios con oficios ficticios y descripciones ridículas), o memes creados por inteligencia artificial bajo la consigna: “el genio malinterpretó mi deseo”. Y ya están siendo reemplazados por nuevos formatos, nuevas estéticas, nuevas ironías.
¿Qué nos dice este ciclo acelerado de aparición y desaparición? Que no solo nuestros dispositivos son programados para quedar obsoletos: también nuestros vínculos simbólicos, nuestras representaciones, nuestras emociones. En La resistencia, Ernesto Sabato advertía que vivimos bajo una lógica del descarte que ya no solo afecta a las cosas, sino también a las experiencias humanas. “Lo permanente incomoda”, escribió. Y en efecto: todo lo que no pueda ser desplazado rápidamente corre el riesgo de volverse estorbo.
La metáfora del "genio que malinterpretó mi deseo" condensa este malestar de forma brillante. El genio —esa figura clásica que prometía conceder tres deseos— hoy se ha convertido en una IA literalista que devuelve imágenes deformadas, grotescas o absurdamente exactas. Queremos algo y lo queremos ya, pero el resultado inmediato nos desconcierta. Como si el deseo ya no tuviera tiempo de formarse como imagen, y mucho menos de esperar su cumplimiento.
Desde el psicoanálisis, sabemos que el deseo no es un objeto, sino una construcción simbólica. Jacques Lacan nos lo recuerda: el deseo circula por cadenas de significantes, por elaboraciones internas que requieren tiempo, espacio y lenguaje. Pero cuando todo se vuelve clic instantáneo, ese deseo queda atrapado en lo inmediato, convertido en un gesto sin arraigo.
No solo se viralizan las imágenes; también se viraliza el deseo. Byung-Chul Han ha advertido cómo la sociedad de la hipertransparencia y la positividad vuelve todo disponible, pero a costa de su profundidad simbólica. Lipovetsky, por su parte, ha descrito la era del consumo emocional como un tiempo donde se busca sentir sin detenerse a comprender. Queremos vibrar, pero no habitar. Queremos gozar, pero sin demora.
Y entonces sucede: representamos el deseo tan rápido que ya no lo habitamos. Lo sustituimos por su eco visual, por su rastro pixelado, por su versión digerible para el algoritmo.
James Hillman decía que el alma necesita imágenes duraderas, capaces de contener el conflicto, el anhelo, la contradicción. Pero cuando todo se reduce a un meme caduco, lo que se debilita es la posibilidad de sostener una narrativa interna, una historia psíquica con continuidad.
El alma, en este vértigo, no se detiene. Se desplaza con un scroll infinito, saltando de una representación a otra sin profundidad ni cuerpo. Como si el deseo se hubiera disuelto en una interfaz: disponible, automático, pero sin eco interior.
Y aun así, la pregunta persiste. En esa imagen absurda que devuelve el genio confundido —la IA— hay una pregunta que sigue viva: ¿qué deseamos cuando deseamos? ¿Y qué perdemos cuando todo deseo se vuelve un impulso visual inmediato?
No se trata de condenar la tecnología ni la ironía. Se trata de advertir que el peligro no está en la imagen, sino en la fugacidad con la que la sustituimos. El riesgo de convertir toda expresión en un gesto sin espesor. De que ya no podamos imaginar sin compartir. De que ya no podamos desear sin viralizar.
Tal vez no haga falta volver a una era sin pantallas. Pero sí necesitamos recuperar el espesor del deseo: el tiempo de imaginarlo, de habitarlo, de esperarlo.
Mientras tanto, el genio digital seguirá malinterpretando nuestros deseos. Pero quizás, si logramos escucharlo con atención, descubramos en esa deformidad algo más que risa: una pregunta sobre nosotros mismos.
Referencias
Sabato, E. (2000). La resistencia. Seix Barral.
Han, B.-C. (2012). La sociedad del cansancio. Herder.
Lipovetsky, G. (2007). La felicidad paradójica: ensayo sobre la sociedad del hiperconsumo. Anagrama.
Hillman, J. (2008). Reimaginar la psicología. Herder.
Lacan, J. (2009). Escritos I. Siglo XXI Editores.
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